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El libro “Researching the COVID-19 Pandemic: A Critical Blueprint for the Social Sciences” demuestra cómo la pandemia agravó las desigualdades sociales y los problemas de salud mental

18 ago 2021

Daniel Briggs, investigador social y profesor del Grado en Criminología de la Universidad Europea, ha colaborado con un equipo de investigadores internacionales para averiguar el impacto de la COVID-19 en la sociedad global. Tras 16 meses de investigación sobre los efectos de la pandemia en la población mundial, el grupo de investigación ha publicado el primer libro de la trilogía Researching the COVID-19 Pandemic: A Critical Blueprint for the Social Sciences, así como distintos artículos científicos como “For the greater good: Sacrificial violence and the Coronavirus pandemic”, o “Closing the door on protection: Case studies of the lockdown-induced collateral damage to UK children and young peoples”, entre otros.

La publicación, que documenta la investigación internacional realizada entre más de 2.000 participantes de 59 países, concluye que la pandemia ha amplificado las desigualdades sociales. Según el estudio, la mayor parte de la clase media pudo trabajar desde su casa en condiciones de seguridad, pero las clases más desfavorecidas estuvieron más expuestas a trabajos cara al público y, a menudo, no pudieron utilizar equipos de protección efectivos. Researching the COVID-19 Pandemic: A Critical Blueprint for the Social Sciences también ahonda en los problemas provocados por la pandemia en la salud mental. Los investigadores consideran que los medios de comunicación han causado una atmósfera social de negatividad y ansiedad al abrumar a los ciudadanos de forma diaria con abundante información sobre el número de casos, hospitalizaciones y muertes provocadas por la COVID-19.

Daniel Briggs aporta una serie de conclusiones sobre la investigación:

“El compromiso de los autores, como científicos sociales, es avivar nuestra capacidad crítica y plantear preguntas. En particular, podemos hablar sobre las medidas extremas, como los cierres perimetrales, que la Organización Mundial de la Salud no recomendó como medio para gestionar la pandemia. Sin duda, deberían haber surgido sospechas cuando el discurso de los gobiernos y de los principales medios de comunicación se centró en conceptos como la ‘responsabilidad individual’, prestando poca atención a los años de austeridad que han dejado a muchos sistemas de salud significativamente debilitados para poder responder a una pandemia. Este tipo de aspectos sociológicos básicos han estado ausentes a menudo en los debates públicos.  

Cuando el Covid-19 empezó a extenderse y comenzaron las medias restrictivas, muchas personas aceptaron los cierres como algo esencial para frenar la transmisión del virus y evitar que los sistemas sanitarios colapsaran. En retrospectiva, podría decirse que se nos dio una imagen limitada de lo que estaba ocurriendo y una explicación científica unidimensional, ya que la mayoría de los científicos que pedían alternativas, como la ‘protección focalizada’ de los grupos más vulnerables  -manifestada en parte a través de la Declaración de Great Barrington- fueron ignorados y, en algunos casos, censurados activamente.

Durante el transcurso de la pandemia, la gente fue bombardeada diariamente con más actualizaciones en directo sobre los ‘casos’, hospitalizaciones y muertes. Quedó claro el uso totalitario y prolongado del miedo, aunque para muchos científicos sociales sólo hubo preocupación por adherirse a las restricciones. Ahora se ve este ‘comportamiento residuo’.

Los científicos sociales han permanecido relativamente silenciosos hasta ahora. Tal vez casi renegando de lo que ha ocurrido, muchos académicos parecen estar sentados, esperando que el tumulto social pase pronto tras los cierres y sus restricciones. Por supuesto, los cierres surgieron en un contexto particular: antes de la Covid-19 la vida laboral en el mundo académico giraba en torno a las tareas administrativas, el trabajo duro para generar ingresos por investigación y el envío de artículos a las revistas de alto ‘factor de impacto’.  Pero, incluso ahora, muchas de estas revistas no han mencionado la Covid-19, los cierres o su impacto perjudicial en nuestro mundo social. Las pocas que lo hacen, suelen utilizar encuestas instantáneas en poblaciones pequeñas o son comentarios que recomiendan "más colaboración con los responsables políticos" y "mayor intercambio de conocimientos": fórmulas clásicas utilizadas pre-Covid para demostrar el ‘impacto’.

Sin embargo, si teníamos tanto ‘impacto’ antes de la pandemia, ¿por qué el mundo no ha cambiado a mejor? ¿Por qué los niveles de desigualdad habían alcanzado un nuevo pico antes de la llegada de la Covid-19? ¿Qué estábamos haciendo mal o, lo que es más preocupante, qué no estábamos haciendo bien? Si somos sinceros, la gobernanza neoliberal anterior a la Covid-19 ya había cerrado prácticamente las ciencias sociales críticas y las había dejado aturdidas en cuestiones como la política de la identidad, dejando de lado los graves retos a los que nos enfrentamos ahora en el siglo XXI, entre los que destacan el calentamiento global, la extinción de las especies, así como la brecha socioeconómica sin precedentes entre ricos y pobres.

Durante años, el capitalismo académico y la mercantilización de la Educación Superior habían dañado el pensamiento crítico, necesario para comprender de forma más coherente las medidas restrictivas que se han tenido que tomar durante la pandemia. A menudo, se había puesto gran énfasis en los métodos de investigación cuantitativos, omitiendo el contexto y ofreciendo potencialmente análisis reduccionistas. A través de la presión para obtener financiación para la investigación, se ha eliminado nuestra capacidad para examinar críticamente ciertas cuestiones.

La falta de debate sobre las decisiones de confinar a la población, cuando no había ciencia establecida sobre las posibles consecuencias, contribuyó a la ausencia del análisis sobre la economía política por la parte de los investigadores de las ciencias sociales. Todo esto provocó la falta de conocimiento sobre los intentos de esconder la mala gestión de la pandemia que, al fin y al cabo, permitió la involucración de intereses políticos en la gestión de pandemia. Ahora cada maniobra no es en nombre de la ‘salud pública’, sino por ‘motivos políticos’ y por el control social político.”